PIEDAD EULALIA ENDARA GONZÁLEZ: Recordando una vez más su vida

Autoras: Gioconda Gavilanes Endara y Gisella Gavilanes Endara (octubre 2021)


Piedad Endara con sus hijas Gisella y Gioconda, en la época en que vivían en Bolívar, Carchi, década 1950

Nació en Quito el 9 de febrero de 1926, en una familia trabajadora. Su padre zapatero, Carlos Manuel Endara, fue descendiente de un migrante vasco que vino en el siglo XVIII; su madre María Dioselina González, tendera, una mujer emprendedora, muy dulce, murió cuando Piedad tenía 18 años.

Piedad fue la última y única mujer de entre cinco hermanos. La familia recibió influencia del pensamiento liberal del padre, Carlos Manuel. Todos sus hijos e hija crecieron también al calor de las nacientes ideas socialistas en el Ecuador y en el mundo, quizá eso comprometió a sus hermanos a garantizar la educación universitaria de su hermana.

Estudió Piedad en el Colegio 24 de Mayo y luego en la aún elitista Facultad de Medicina de la Universidad Central del Ecuador en la década de 1940. Fue una de las cuatro mujeres de la promoción 1952 (Piedad se graduó, luego de defender su tesis, en febrero de 1953), junto a Fanny Aguilar, Lidia Bastidas y Elina Garcés. Siempre recordaba con cariño a sus compañeros y mantenía amistad con muchos de ellos. Los últimos años de su formación los hizo en el Hospital Baca Ortiz, lo que le acreditó como pediatra. De joven, algunos de sus más cercanos amigas y amigos le llamaban “Pietra”.

En los últimos años universitarios conoció a Carlos Gavilanes Romo, quien era contador en la farmacia del hospital, contrajeron matrimonio que sin embargo duró muy poco. Nacieron sus dos hijas María Gisella en 1953 y Ena Eulalia Gioconda en 1955, hasta allí duró su compromiso. Ese, el del matrimonio y posterior separación, fue un episodio muy poco hablado por Piedad, la ruptura contribuyó a alejarse de Quito.


Piedad Endara, cuando estudiante de Medicina, en el Hospital Baca Ortiz, junto a compañeras

Partió a la parroquia de Bolívar en la provincia del Carchi en 1953, con su primera tierna hija de meses, tenía un nombramiento de la en ese entonces Sanidad. A Bolívar se llegaba desde Quito tras diez horas de viaje en bus, por malos caminos, allí ejerció su profesión en el dispensario de la población. Fue una de las precursoras de la medicina rural en el país. Dos años después de su llegada a Bolívar, luego de intentos de continuar el matrimonio, nació su segunda hija, sin embargo, la relación de pareja terminó definitivamente.

Esta etapa de la vida de Piedad con sus pequeñas hijas, parece fue de las más hermosas, pudo tener la libertad que tanto ansían muchas mujeres, se sintió feliz asumiendo la responsabilidad de la salud de la población; ello inspiró a sus hijas para que más tarde se hicieran médicas. Se movilizaba a pie y a lomo de mula a las poblaciones circundantes, para atender con dedicación y responsabilidad a sus pacientes; contó siempre con el cariño y el respeto de los pobladores. Hizo en Bolívar buenos amigas y amigos, la alegría y la parranda le acompañaron en esos tiempos, y en general en toda su vida. Muchas veces regresó Piedad a visitar a sus viejas amistades de la provincia del Carchi.

Sus hijas recuerdan algunos acontecimientos del trabajo de su madre Piedad en Bolívar, como aquel muerto por un rayo que se hinchó tanto que explotó el cofre mortuorio; o los dolores y la labor de las parturientas. “Don Carlitos”, un hombre muy suave y diligente, fue el auxiliar de enfermería que acompañó siempre a Piedad y veinte años más tarde a su segunda hija en la medicina rural. Recuerdan las hijas a las personas que les rodeaban en esa vida rural, los amigos, la familia, los tíos y primos que nunca faltaban en vacaciones durante largas temporadas. Esa aventura duró ocho años, las niñas crecieron compartiendo una vida sencilla; Piedad lograba proteger y dar a sus pequeñas el calor de hogar y lo necesario para la vida, lo que se extendió más tarde en su adolescencia y juventud.

La vida continuó en Quito, luego de un quebranto en la salud de Piedad y ante la idea de que las hijas debían estudiar en la capital. Algunos años en que trabajó en la Higiene Municipal, vivieron en casa de un hermano de Piedad y su familia.

En el año 1966 inicia otra etapa muy importante en la vida de Piedad, cuando con sus hijas ya adolescentes deciden enfrentar solas la vida en Quito, una época de mucho crecimiento para todas, de ir construyendo en su primera casa arrendada un hogar nuevamente autónomo. En esa época, Piedad Endara entró a formar parte de la Sociedad de Médicas del Ecuador, invitada por Enriqueta Banda, donde conformaron un grupo de amigas, también alegre, muy comprometidas con importantes causas de la salud pública. Sus hijas se sentían amigas y parte de ese grupo de médicas, disfrutaban de sus reuniones, del sentido del humor de Honoria Bejarano, Elisa Calero, Martha Carcelén y otras jóvenes médicas. En ese tiempo tuvo Piedad la oportunidad de conocer e interactuar algunas veces con Matilde Hidalgo, a quien admiraba mucho.


Piedad Endara con Matilde Hidalgo en la década de 1960

Luego fueron los viajes de formación en planificación familiar (Chile, Puerto Rico, México) y el nacimiento de un proyecto con organismos técnicos cercanos a USAID (FPPI e IPPF), el acercamiento a las esposas de oficiales y tropa de la Policía Nacional y de las Fuerzas Armadas. Viajaron Piedad y sus colegas por todo el país, llevando sus charlas de motivación y atención a las mujeres, haciendo conocer el uso de condones, anovulatorios o dispositivos intrauterinos, toda una novedad entonces. Trabajo innovador que no ocurrió sin detractores. Consolidaron la constitución del Centro Médico de Orientación y Planificación Familiar (CEMOPLAF, 1974), trabajo que ha trascendido con los años hacia una visión más integradora de la Salud Sexual y Reproductiva. A ello dedicó Piedad el resto de su vida, junto a otras médicas comprometidas: María Limaico, Lucina Velasco y Ligia Salvador.

Paralelamente, trabajó desde 1970 en el recién creado Ministerio de Salud Pública, en el Centro de Salud # 6 en la Colmena Alta, barrio popular del sur de Quito en el que prestó sus servicios como pediatra y directora. Amaba su trabajo público, donde se ganó el respeto de sus compañeros de trabajo y de la población, se jubiló un año antes de morir.

Transcurrió Piedad su vida de una manera muy fructífera, entre su trabajo siempre exigente, pero también disfrutando, guiando y amando a sus hijas, así como a toda su familia, sus sobrinos y sobrinas. Sus hermanos siempre estuvieron cerca de ella protegiéndola, aunque no lo necesitara. Más tarde, conoció y amó a sus nietos: María Alejandra, Gabriela, Daniel, Hugo y Daniel Alejandro, no llegó a conocer a su último nieto Sebastián; dos de sus nietos se hicieron también médicos.

En 1986 supo de la enfermedad que terminó con su vida, acudió a los terribles tratamientos con quimioterapia y radioterapia, afrontó con entereza la enfermedad. No dejó de trabajar en CEMOPLAF hasta una semana antes de su muerte, que ocurrió el 28 de octubre de 1986, a sus sesenta años de edad. En su funeral hubo mucha gente, su familia, sus viejas amigas, sus colegas y varios de sus agradecidos pacientes.

Piedad amaba la vida, adoraba a sus nietos y quería verlos crecer. Murió con dignidad, con la satisfacción y el orgullo de lo que construyó. Fue una mujer que en su tiempo rompió barreras, venció enormes dificultades y nunca perdió su compromiso humano.


En un homenaje a Matilde Hidalgo de la Sociedad de Médicas del Ecuador, década de 1960. En el centro, Piedad Endara junto a Matilde Hidalgo.

Comentarios

Entradas populares de este blog