VIOLENCIA Y CAPITAL: ¿DE QUÉ
NOS SORPRENDEMOS?
El repudiable asesinato de
Fernando Villavicencio (9 de agosto de 2023 en Quito), candidato a la
presidencia de la república, conmocionó a toda la sociedad ecuatoriana y
provocó variadas reacciones inmediatas, algunas que incluso azuzaban a más
violencia. Probablemente tras este asesinato debe haber poderosos intereses económicos
y políticos que se sintieron amenazados.
No es la primera vez que un
personaje público es asesinado en lo que hoy es el Ecuador. Sin ir muy atrás en
la historia, vale recordar la masacre de los próceres de la independencia en la
misma ciudad de Quito el 2 de agosto de 1810, un año después del primer grito
de independencia contra la corona española.
Más tarde, en la vida republicana,
dos de los asesinatos más notorios fueron los de los presidentes Gabriel García
Moreno (el 6 de agosto de 1875 en plena Plaza de la Independencia en Quito) y
el más atroz de todos, el del presidente Eloy Alfaro Delgado y un grupo de sus
más cercanos coidearios (el 28 de enero de 1912, también en Quito).
Hace unas décadas, en pleno
proceso de “retorno a la democracia”, otro candidato a la presidencia fue
asesinado en campaña electoral, el economista Abdón Calderón Muñoz, candidato del
Frente Radical Alfarista. Esa vez, el atentado se perpetró en la ciudad de
Guayaquil el 29 de noviembre de 1978, aunque el fallecimiento ocurrió unos días
después, el 9 de diciembre del mismo año, en un hospital de la ciudad de Miami.
Los asesinatos de Villavicencio y
de Calderón Muñoz fueron ejecutados por sicarios. En el caso de Calderón la
autoría intelectual se atribuyó a la dictadura militar que gobernaba entonces,
y en particular al general Bolívar Jarrín Cahueñas. Esperemos que en el caso de
Villavicencio se llegue a identificar a los autores intelectuales, y se los
sancione, que no queden en la impunidad.
Generalmente los asesinatos
políticos de importantes personajes suelen quedar en las tinieblas, no sólo en
el Ecuador, sino en general en el mundo. Muchas veces se trata de crímenes de
Estado. Se llega a identificar a los autores materiales, pero casi nunca a los
intelectuales. Y no siempre son ejecuciones abiertas, sino asesinatos
encubiertos como falsos accidentes, como sucedió con el supuesto accidente
aéreo en el que murieron el presidente Jaime Roldós Aguilera y su esposa Martha
Bucaram (1981, Celica, Loja).
Estos asesinatos, como el
reciente de Fernando Villavicencio, convulsionan las estructuras de la sociedad
y del Estado. Pero no son los únicos crímenes políticos, los demás generalmente
pasan desapercibidos o provocan poco revuelo, porque se trata de personas menos
importantes. Como si hubiera ciudadanos de primera y de segunda.
Incluso los asesinos involucrados
en los crímenes políticos, aun sí se trata de sicarios, como uno de los que
dispararon contra Fernando Villavicencio y que sospechosamente fue acribillado
y abandonado a su muerte en una unidad de flagrancia de la fiscalía, en lugar
de ser conducido a un hospital y precautelar su vida; son en última instancia
también víctimas de estos oscuros procesos. Generalmente se trata de jóvenes
que no tienen opciones de vida y son fácilmente reclutados por bandas
criminales; son desechos de la sociedad.
Pero más allá de las víctimas
notables, existen las víctimas invisibles, también de crímenes políticos, de
crímenes de Estado.
¿Qué nos dicen los nombres Segundo
Inocencio Tucumbi Vega, Marco Humberto Oto Rivera, José Daniel Chaluisa Cusco,
Gabriel Antonio Angulo Bone, Edison Eduardo Mosquera Amagua, Abelardo Vega
Caisaguano, Edgar Yucailla, Raúl Chilpe, Silvia Marlene Mera, José Rodrigo
Chalouisa, Francisco Quiñonez Montaño? Seguramente nada para la mayoría de ecuatorianos.
Pero significan mucho para sus familias, amigos y comunidades. Se trata de las
once personas asesinadas por acciones de la fuerza pública en el levantamiento
popular de octubre de 2019. Víctimas humildes del pueblo, ciudadanos de
segunda, sus muertes no nos conmocionaron, y tampoco se juzgó y sancionó a los
culpables, se diluyó la culpabilidad en el Estado o en la “protección del orden
público”.
No nos dicen nada tampoco los
nombres de los asesinados en el levantamiento popular de junio de 2022, o los
cientos de asesinados en la Penitenciaría del Litoral y en otras cárceles del
Ecuador (otros desechables) durante el gobierno de Guillermo Lasso, sin contar
los de los gobiernos anteriores.
Se debe identificar, ojalá, y
llevar a la “justicia” a todos los responsables materiales e intelectuales del
execrable asesinato de Fernando Villavicencio. Y posiblemente las causas que
motivaron este asesinato político no hay que buscarlas sólo en lo inmediato, en
las denuncias de corrupción que hiciera el candidato asesinado, en los cambios
en la permeabilidad de la frontera norte o en los efectos de la pandemia.
Porque la violencia es estructural y añeja, en el Ecuador, en América Latina y
en el mundo. El asesinato de Villavicencio es un episodio más de esa violencia
estructural, hoy agravada por la toma del Estado y del poder político por parte
de mafias del narcotráfico, pero también por los poderosos intereses
comerciales de empresas legales, aunque ilegítimas, muchas veces corruptas.
Hay que buscar las causas de la
violencia actual que aterra a la población ecuatoriana, y que tiene expresiones
en asesinatos políticos, en la violencia del despojo del capitalismo, en la
violencia de la acumulación inmoral de pocos y de la miseria de la mayoría. Los
beneficiarios y estrategas de esa violencia y de esa acumulación, no van a
dejar de asesinar a políticos como Calderón, Roldós o Villavicencio, o a gente
llana del pueblo que se atreve a levantarse, como Tucumbi, Oto y Chaluisa, o a
cualquier persona o grupo humano que estorbe en sus proyectos.
Esa violencia estructural incluye
el genocidio de pueblos, como ocurrió en la Abya Yala con la conquista y la
colonización europeas; pero también en los modernos genocidios en Guatemala,
Argentina, Chile o Uruguay, perpetrados por dictaduras militares.
En el Ecuador, desde que tenemos
memoria de los últimos sesenta años, la lista de víctimas casi anónimas u
olvidadas de asesinatos políticos, es enorme, incluyendo a: Rafael Brito,
Milton Reyes, Raúl Cedeño, Fausto Vargas, René Pinto, Patricio Herman, Gustavo Garzón, Jaime Hurtado, Arturo Jarrín, Consuelo Benavides, Fausto Basantes, Sayonara Sierra. O
más recientemente: Bosco Wisuma, Óscar Caranqui, Jorge Gabela, Quinto Pazmiño,
Fausto Valdivieso, Eduardo Mendúa, Agustín Intriago. Otros cientos
desaparecieron y nunca fueron encontrados.
De los 120 trabajadores
asesinados en el ingenio azucarero Aztra en 1977, no ha quedado la memoria de
sus nombres sino en sus familiares y amigos más cercanos que aún sobreviven.
Pero la explicación a la violencia
que se vive en el Ecuador y la mayoría de países del mundo, a lo mejor debemos
encontrarla en un tiempo y en un espacio más universales. Hay quienes aseguran
que los seres humanos y el género masculino en particular, somos por naturaleza
violentos. Y la historia parece darles la razón.
“La historia de la humanidad es
la historia de la lucha de clases” decía Carlos Marx. Y es una historia plagada
de guerras, en todas las civilizaciones. Los imperios se levantaron sobre la
base de guerras, del saqueo y de otras formas de violencia, a nombre del bien y
a nombre de los dioses. La conquista de la Abya Yala no pudo ser más violenta,
así como el despojo y exterminio de pueblos africanos por parte de huestes
europeas, que hicieron lo mismo en la India y en China, en Australia e
Indonesia.
Quizá la violencia más extrema ha
venido desde las que se dicen sociedades más civilizadas, las europeas (para el
efecto a Estados Unidos de Norteamérica hay que considerarla también como una
civilización europea). Fueron los portugueses, españoles y otros europeos,
incluyendo los norteamericanos, los que esclavizaron a los pueblos africanos y
los sometieron a los tratos más crueles, degradantes, inconcebibles entre seres
humanos.
Fueron europeos, incluyendo los
estadounidenses, los que crearon los supremacismos blancos que dieron lugar
tanto al nazismo, como al fascismo, al franquismo y al Ku Klux Klan; a campos
de concentración y de exterminio de los diferentes; y los que continúan aupando
el neo fascismo. Los que desataron la primera y la segunda guerras mundiales.
Los que lanzaron las bombas atómicas contra las poblaciones inocentes de
Hiroshima y Nagasaki. Los que bombardearon con napalm y bombas de fragmentación
a los pueblos de Vietnam, Siria, Iraq y países bálticos.
Y encontraron violencia como
respuesta. La violencia siempre desata violencia.
La violencia ha atravesado la
religión y sigue haciéndolo. Las “guerras santas” y las cruzadas conquistaron
territorios y se apropiaron de botines. El más importante personaje de todos
los tiempos de la historia occidental, Jesucristo, fue torturado y asesinado públicamente
por soldados romanos. Y a su nombre, más tarde, la inquisición quemó en la
hoguera a cientos de miles de “brujas” y no sólo en Europa sino en América.
Musulmanes y judíos radicales someten a graves formas de violencia a sus
propias mujeres.
Pero también hubo violencia en el
estalinismo y en muchos ensayos de socialismo real en el mundo, incluyendo la
cercana revolución cubana. Estamos plagados de violencia por todas partes.
Saúl Franco, un epidemiólogo
colombiano que ha estudiado la violencia en su país y en Latinoamérica,
concluye que el principal desencadenante de la violencia es la inequidad, en
todas sus formas. Y el capitalismo es el que ha llevado a su mayor expresión
las inequidades originadas en las sociedades esclavistas y feudales; ha
exacerbado la violencia y ha escalado el armamentismo hasta niveles extremos,
incontrolables, no sólo en las fuerzas armadas regulares, sino en grupos
paramilitares, mercenarios. Y entre civiles comunes, acudiendo a una enmienda
constitucional que permite el libre porte de armas en USA, por ejemplo.
En este marco, no nos extraña la
violencia política actual, que ha cobrado su víctima más reciente en Ecuador en Fernando
Villavicencio.
El día en que Fernando
Villavicencio fue asesinado, al menos otras 10 personas eran víctimas de homicidios en
varios rincones del país, alguna de ellas posiblemente víctima de feminicidio
en una sociedad violenta y patriarcal. Ese mismo día murieron también en el
Ecuador 9 niños menores de cinco años, y probablemente una madre, por causas
que pudieron evitarse, en última instancia por pobreza, por inequidades del
sistema. Ese día también nacieron 250 niños y niñas ecuatorianos que están
condenados a la desnutrición. Ese día se suicidaron 3 ecuatorianos, muy
probablemente jóvenes o adolescentes que no encontraban ningún futuro en la
sociedad ecuatoriana violenta y opresora. Ese día murieron 10 personas por
accidentes de tránsito (otra forma de violencia). Y la lista podría ir
creciendo, incluyendo las víctimas de la voracidad de empresas transnacionales
que producen no precisamente “bienes” sino “males”, muy publicitados, que
atentan contra la salud de la población.
Entonces, ¿de qué nos
sorprendemos?, el capitalismo es violento y esa violencia ha atravesado profundamente
la política, los poderes, las instituciones y la vida cotidiana del pueblo
ecuatoriano. La utopía de un mundo sin violencia, posiblemente sólo se logrará con la superación del individualismo capitalista.
Hugo Noboa Cruz / 11 de agosto de
2023
Excelente artículo Hugo, felicitaciones.
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