EL DÍA EN QUE SERRAT CANTÓ A LOS PUEBLOS AMAZÓNICOS
Recuerdo con nostalgia, era mayo
de 1992. Comunidades indígenas de la Amazonía habían llegado a Quito el 23 de
abril, luego de doce días de caminata que inició en la ciudad de Puyo; aunque
para muchos, el periplo comenzó días antes, adentro en la selva. Avanzaron con
no pocas dificultades, en medio de la música de flautas y tambores, del abrazo
fraterno en pueblos y carreteras. Pude acompañar el último tramo.
Estado plurinacional y
pluricultural; reconocimiento legal de sus territorios ancestrales, donde sus
abuelos habían vivido por siglos… milenios.
Eran las reivindicaciones.
Ante el ofrecimiento del
presidente de una solución intermedia a la segunda demanda, las comunidades movilizadas
fueron cautas. Reflexionaron junto a sus dirigentes antes de dar una respuesta.
Sabían que no podían confiar en el poder, ya lo habían comprobado en el gran levantamiento
dos años atrás.
Decidieron quedarse en Quito
hasta que los ofrecimientos se concreten. Acamparon con gran convicción en precarias
carpas en el parque de El Ejido, hasta cuando el gobierno finalmente “adjudicó”
más de un millón de hectáreas a un centenar de comunidades. Estaban cerca las
elecciones y no era hora de jugar una mala carta.
La solidaridad del pueblo, desde
los barrios y organizaciones populares, se hizo evidente. No faltaron frazadas,
colchones, alimentos ni agua. Se levantaron tulpas y ollas, el olor a yuca inundó
el parque. Jóvenes venidos de todos los rincones apoyaban en el cuidado de
niños, ancianos y enfermos.
Después de un turno nocturno, en
las primeras y frías horas de un día de mayo quiteño, se escuchó un gran
alboroto en la carpa de salud. Lo primero que se nos ocurrió es que se trataba
de un desalojo de la policía y los militares, había que prepararse para lo
peor.
Cuál fue la sorpresa, el tumulto
era de alegría. Joan Manuel Serrat, seguido de un gran cortejo, entre plumas,
lanzas, ponchos y aplausos, se dirigía sonriente hacia el centro del
campamento, para expresar su solidaridad con los pueblos indígenas. Como un
fantasma, seguí a la multitud. Hubo intercambio de palabras con los dirigentes,
que no todos alcanzamos a escuchar.
Lo que si se oyó muy fuerte, fue el coro de la gente. Pedían a Serrat que
cante. Él, paciente y amablemente explicaba que no tenía ese momento
condiciones para cantar. Pero era tal la insistencia del coro, que tuvo que
ceder ante la inminencia de los hechos. Ya tenía frente a sí un improvisado escenario,
un megáfono y una vieja guitarra de palo que descansaba en sus manos, trató rápidamente
de afinarla.
Y Serrat cantó esa mañana para
los pueblos indígenas. A lo lejos apenas podía oírse el eco del megáfono. Una
de las dos canciones fue “El niño yuntero”. Aquella mañana Serrat escogió de
compañero a Miguel Hernández y completó su corta presentación con “Nanas de las
cebolla”. Canturreé en silencio junto a ellos:
…Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca…
Las mujeres indígenas de la Amazonía, niñas y adultas, en reciprocidad le ofrecieron una danza. Las mujeres kichwas de la Sierra, una canción. Serrat aplaudió largamente y agradeció con sus ojos humedecidos y sus dos manos en el corazón; no tuvo más palabras, no hacían falta. Abandonó con pena el campamento, pero su misión ya se había cumplido.
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Foto, diario El Comercio, Ecuador https://www.elcomercio.com/actualidad/politica/conaie-secretaria-pueblos-asamblea-dia-pueblos-indigenas.html
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