HACIA UN NUEVO PARADIGMA CIVILIZATORIO
Las crisis no son sólo destructivas, son también una oportunidad para repensar, para reconstruirse. Y ello es válido a nivel individual como colectivo. Esperemos lo sea también a nivel global, por el bien de la humanidad, por el bien del planeta Tierra.
Estamos viviendo una exacerbación
rápida de la crisis civilizatoria del capitalismo occidental, que empezó hace
varias décadas, pero que se ha prolongado, reinventándose en sus formas de
acumulación y sorteando la debacle económica con la impresión de dólares sin
respaldo, con el negocio redondo de las guerras, y sobre todo, cargando el peso
de la crisis sobre los países y los sectores más pobres de la población.
La actual guerra entre Estados
Unidos de Norteamérica y Rusia, cada cual con sus aliados, se libra en
territorio ucraniano, y es una muestra de que la tercera guerra mundial está ya
en curso aunque en baja escala aún, pero con una diversidad de frentes: el
económico, el cultural, el de la comunicación, el de la tecnología, el
civilizatorio, hasta las francas agresiones militares de diferentes
dimensiones. Esta guerra no puede verse al margen de la pandemia de la Covid-19,
ni de la destrucción del planeta. Son caras del mismo proceso, la gran crisis civilizatoria
de occidente.
¿Estamos llegando al final de un
imperio que ha dominado en el mundo de manera unipolar en el último siglo y
medio? Varios intentos han habido de disputar la hegemonía de los Estados Unidos
de Norteamérica y no sólo desde el antiguo bloque socialista liderado por la ex
URSS entre los años 1920 y 1990. El proyecto de la Alemania nazi liderado por
Hitler fue uno de esos intentos, que desde el mismo paradigma capitalista e
imperialista trató de aniquilar la supremacía norteamericana.
Luego del ensayo y fracaso del
nazismo, Europa entró en sumisión total hacia el poder de los Estados Unidos.
La OTAN es sólo una expresión de ello; su expansión hacia la frontera rusa,
incluyendo a las naciones del ex bloque socialista de Europa del Este y a las
mismas antiguas repúblicas soviéticas, demuestra hasta donde pensaba llegar el
imperio.
Sin embargo, en su afán
expansionista y hegemonista, los Estados Unidos de Norteamérica no quisieron
ver en todas sus dimensiones el poder que iban alcanzando China y Rusia, no
sólo dentro de sus territorios, sino a nivel global, incluyendo sus fuertes
aliados económicos del BRICS. No es casual, ni es una tontería en la cabeza de
Bolsonaro (Brasil forma parte del BRICS), la simpatía que ha mostrado por Putin
y Rusia en el actual conflicto. La India y Sudáfrica sin duda estarán también
pensando qué provecho sacar del actual conflicto que tiene sin duda alcance
mundial, deben alinearse correctamente de cara al futuro, claro está, si es que
el posible uso del arsenal nuclear permite ese futuro.
¿Habrán pensado bien Joe Biden, el
Pentágono y los halcones de la guerra, incluida la OTAN, que confrontar
militarmente a Rusia, cercar sus fronteras con amenazas nucleares, no iba a
tener consecuencias?, ¿pensaron que era lo mismo que invadir Afganistán, Iraq,
Siria o Libia?
China se mantiene cauta. Xi
Jinping y el partido comunista chino deben estar midiendo bien los diferentes
escenarios, para saber si actuar o no, y de qué manera. Por lo pronto toman
medidas preventivas, como afianzar su poderío económico y militar, dentro y
fuera de su territorio. Abastecerse de alimentos no perecibles para su
población, en el caso de que el conflicto se agrave y se prolongue.
Ya demostró China durante la
pandemia de Covid-19, que a pesar de su enorme población, pudo imponer una
disciplina que impidió una tragedia sanitaria. La misma disciplina le va a
servir en otras circunstancias, no importa que desde occidente le acusen de
autoritarismo y de violación a las libertades y los Derechos Humanos. Hay un
fin superior y ese fin es convertirse en uno de los nuevos polos de hegemonía
mundial, en alianza con Rusia y otros centros poderosos, como los mismos países
del BRICS. Europa debe estar consciente de ello y tarde o temprano terminará acercándose, no sólo a Rusia sino fundamentalmente a China, los necesita.
Alemania, por ejemplo, no puede renunciar fácilmente a la gran inversión
bilateral que significó la construcción del gasoducto Nord Stream (que tiene
conexiones para toda la Unión Europea), aunque al momento la segunda fase del
mismo esté paralizada por el conflicto en Ucrania.
China y Oriente en general,
incluida Rusia, en estas condiciones, representan el futuro, simpaticemos o no
con ellas. Pero tienen la responsabilidad de liderar un nuevo paradigma
civilizatorio, que para nada debe parecerse al viejo capitalismo neoliberal
representado por Estados Unidos y Europa Occidental; de lo contrario, pueden
perder la simpatía y relaciones mundiales que han acumulado.
Estados Unidos, en cambio,
representa el pasado. Su dominio mundial unipolar parece estar
llegando a su fin. No es sostenible su modelo de guerras y de ultra explotación
de recursos hidrocarburíferos y de otro tipo; de consumo suntuario e
irresponsable. El rápido cambio climático no le juega a su favor. La humanidad
está harta; los mismos europeos, sus principales aliados, tendrán que poner un
punto final; el actual conflicto en Ucrania es una oportunidad para decisiones
vitales.
China va en franco camino a ser
el nuevo líder mundial, no sólo por su gran crecimiento económico y su gran
desarrollo tecnológico y armamentista (que ojalá deje de ser necesario); sino
fundamentalmente por sus culturas y filosofía milenarias que le permiten avanzar
lentamente, con cautela; construir mejor una vida comunitaria, colectiva, del
bien común, de la austeridad; frente al exacerbado individualismo y consumismo
del capitalismo occidental.
El nuevo paradigma civilizatorio,
en el que los pueblos originarios andinos y de todas las latitudes del mundo
tienen mucho que aportar, no requiere del “american way of life”. Será un mundo
de más valores, de más solidaridad; ojalá de menos violencia y menos arribismo,
de menos guerras.
El nuevo mundo que soñamos, será
el del buen vivir, el del cuidado femenino de la vida, que lo comparten ya los
pueblos andinos, africanos y asiáticos, los pueblos originarios de todo el
mundo. Algún día llegará en el que Latinoamérica y África, los pueblos más oprimidos
de esos continentes, pero también los más resilientes, sean los referentes de
una nueva civilización, donde quepan en armonía todas las diversidades; y no se
trata de un renunciamiento a la tecnología, sino del buen uso de la misma para
el bien común. De esa manera, un nuevo ciclo de la humanidad y de la Madre
Tierra se habrá cumplido.
Hugo Noboa Cruz
5 de marzo de 2022
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