¿MILITANCIA O
ACTIVISMO?
No pretendo un ensayo sobre estas
dos opciones y actitudes de vida, la militancia y el activismo. Sólo una pequeña
aproximación a ello a partir de mis propias vivencias, a partir de inquietudes
que quedaron grabadas luego de breves conversaciones o intercambios con gente
querida y cercana, que a su momento han planteado esta disyuntiva.
Alguien podría decir de manera
resumida y sencilla: “El activismo se hace desde el individualismo, como una
actividad particular. En cambio, la militancia se hace desde la conciencia de
un proyecto colectivo a largo plazo”. Y en esencia, parece un enunciado válido.
Sin embargo, no creo sea absoluto,
no creo haya un límite tajante, después de todo no son tan diferentes en el
fondo, y hay toda una gradiente de por medio. Algunos consideran como sinónimos
las palabras militancia y activismo. Por ello, vale la pena tratar de despejar
algunas incógnitas, tratar de identificar algunas sutiles y no tan sutiles
diferencias, considerando que seguramente habrá muchas percepciones diferentes
al respecto.
De hecho, la definición de
activismo del diccionario de la lengua española (de la RAE) dice: “El activismo
o militancia es la dedicación intensa a alguna línea de acción en la vida
pública, ya sea en el campo social, como en lo político, ecológico, religioso,
economía u otro. También se entiende por activismo la estimación primordial de
acción, en contraposición al quietismo.” Por el momento, partamos del supuesto
de que son diferentes, aunque comparten algunos elementos comunes, sobre todo
el compromiso transformador.
Hay quienes desdeñan ambas
opciones. No se sienten identificados con ninguna de las dos, las detestan, las
consideran propias de personas intolerantes o aferradas a una ideología, a la que
condenan. O simplemente porque consideran que hay otras alternativas para
comprometerse con la vida y causas importantes, más allá de una militancia o de
un activismo.
Militancia es una palabra
ortodoxa, y más antigua, al menos entre la izquierda marxista del siglo XX. El
activismo, en cambio, es un término postmoderno. Sin embargo, la esencia de
ambas opciones, es muy vieja; son formas de relacionarse con los demás, con la
comunidad y con la naturaleza, incluso consigo mismo. Ambas son opciones transformadoras,
o al menos pretenden serlo, desde las percepciones ideológicas o filosóficas
que las inspiran.
Si bien el termino activismo (activism
y activist en inglés) comenzó a usarse con un sentido político en Inglaterra
desde comienzos del siglo XX. Sin embargo, es recién en la década de 1960 en
que se extiende su uso y se lo relaciona con los movimientos sociales,
generalmente sin influencia directa de los partidos políticos, al contrario, muchas
veces desentendiéndose claramente de ellos, aunque coincidan en algunos puntos.
Un objetivo del activismo en general es influenciar en la conciencia y
movilización social; o específicamente, en la promulgación y vigilancia de
políticas públicas, por ejemplo.
En algunos casos, el activismo se
ha visto muy involucrado con organizaciones no gubernamentales (ONG), y no
siempre con fines de transformación social, sino muchas veces de copar espacios
sociales y económicos en los que el Estado se desentiende.
Con la irrupción del Internet y
las redes sociales, aparece un nuevo tipo de activismo que utiliza estos medios
para lograr un gran alcance, antes impensado con los medios tradicionales de educación
y comunicación alternativas (educación y comunicación popular). Pero también el
Internet ha dado lugar al florecimiento de los llamados “influencer” que en la
mayoría de los casos abordan contenidos intrascendentes e incluso peligrosos.
De hecho, un activismo de derecha
en Internet ha sido muy importante en los llamados “occupy” o “primaveras” (en
alusión distorsionada a la llamada primavera de Praga de 1968), que tuvo una de
las expresiones más claras en el “Euromaidán” de 2013 y 2014 en Ucrania,
impulsado por la CIA y la OTAN.
Militancia y activismo no son
términos exclusivos de la izquierda, de movimientos afines a la misma o de
corrientes que confluyen. No es necesariamente una opción progresista o de
defensa de derechos. Pero es mucho más probable que grupos anti derechos,
supremacistas u opuestos a las trasformaciones sociales, que actúan
orgánicamente, se identifiquen más con una forma militante de actuar, antes que
como activistas que requieren de otras percepciones y actitudes.
De hecho, las huestes nazis y
fascistas, se consideraban y eran militantes de su causa. Y ello ayuda a
comprender lo que, a mi criterio, caracteriza a la militancia: adscribirse, a
veces ciegamente, sin reflexión, a la ideología y las disposiciones de su
partido, secta o cofradía.
De hecho, el origen etimológico latino
de la palabra militante, es “miles-militis-militi-militem”, y significa soldado,
que obedece y no discute, respetuoso de la jerarquía vertical.
No de otra manera se podría
comprender las acciones de exterminio en los campos de concentración del
nazismo; exterminio no sólo de judíos, sino de gitanos, comunistas, masones y
grupos sociales a los que Hitler y los demás líderes nazis despreciaban. No de
otra manera se puede entender las acciones criminales de las tropas sionistas
en Gaza o de los fanáticos judíos que amplían ciegamente la ocupación y colonización
de territorio palestino a sangre y fuego. En ocasiones el pretexto es ser el “pueblo
elegido” por un dios, pero generalmente lo que hacen es seguir a un desquiciado
líder terrenal.
Los grupos fanáticos religiosos,
autodenominados “provida”, que fundamentalmente se han opuesto al enfoque de género,
a la educación sexual y a los derechos sexuales y derechos reproductivos,
aparentemente son de activistas. Pero, en la práctica actúan más como
militantes de una causa. No es de extrañarse que el núcleo de esos grupos “provida”
sean organizaciones fascistas como “tradición, familia y propiedad”.
Pero esa irreflexión -guardando
las distancias- ha ocurrido también en la militancia de los partidos
comunistas, socialistas y en general de izquierda, a lo ancho y largo del
mundo. No me imagino cómo los militantes bolcheviques cumplían las órdenes del
camarada Stalin de exterminar a sus propios compañeros de lucha que optaron por
pensar un poco diferente sobre el curso de la revolución. No me puedo imaginar
como un militante comunista español, Ramón Mercader, en complicidad con su
madre Caridad otra militante comunista, tuvo la sangre fría de clavar una pica
de andinismo en el cráneo de León Trotski, cobardemente por la espalda; luego
de que otro comando de militantes comunistas mexicanos, liderados por el pintor
Alfaro Siqueiros, fallara en un atentado anterior.
En la misma Latinoamérica, la
historia de las luchas revolucionarias ha estado plagada de militantes de
izquierda que eliminan a sus camaradas, porque el partido consideró que
traicionaron o se alejaron de la línea partidaria. Ha habido acciones con
víctimas inocentes en la población civil, por cumplir con propósitos políticos;
injustificables costos, por más altos que sean los objetivos.
En el mismo Ecuador, cada partido
de izquierda se considera el único revolucionario, calificando a los demás de
revisionistas, aliados de la derecha o francamente de derecha, incluso agentes
de la CIA; se justifica entonces ataques armados en las universidades contra
los rivales e incluso -envestidos de poder pasajero- asesinatos de líderes
populares de oposición, porque no se alinean a su proyecto.
Y creo que ello forma parte de la
esencia de la militancia, cumplir órdenes, por más absurdas y hasta funestas
que estas sean.
Es cierto que la militancia es
orgánica, es estructurada y disciplinada, responde a una dirección centralizada;
ese es uno de sus méritos. Pero, ello no necesariamente es una virtud.
Recuerdo que cuando Carlos Mejía
Godoy y Los de Palacagüina estaban en Ecuador en una campaña para promover la
solidaridad con la lucha del Frente Sandinista contra el somocismo; nos dieron
la orden de no dejar entrar a los “cabezones” (militantes del partido
comunista) a la plaza donde se realizaba un acto. Claro, ello terminó en bronca
y avivó por largo tiempo las antipatías entre miristas y cabezones, como antes
las hubo entre comunistas y socialistas, entre cabezones y chinos.
El activismo y la militancia, que
responden a valores éticos y compromisos de transformación social, o de protección
y cuidado de la vida y la naturaleza, tienen, cada uno, sus méritos y sus virtudes.
El mérito del activismo es que generalmente permite la libertad de pensamiento,
la toma de decisiones sin presiones, al menos de un partido. Dirán que es puro
voluntarismo. Pero, ¿acaso no es voluntad (consciente e informada) lo primero
que se debe tener para comprometerse con una causa?
Los partidos marxistas ortodoxos
detestan el “libre pensamiento”, porque una persona de pensamiento libre no
puede ser militante, no cumple las órdenes del partido sin cuestionarlas. Pero,
seguramente, las organizaciones militantes de derecha también detestan el libre
pensamiento.
Creo que el libre pensamiento tiene
sus riesgos, pero ha permitido ampliar horizontes, más allá de la lucha de
clases que define a priori una sola clase revolucionaria, la obrera. El libre
pensamiento ha permitido, desde inicios del siglo XX, el desarrollo de diversas
corrientes de pensamiento feminista, intercultural, ecologista, así como la
inclusión de nuevos actores en la defensa de derechos. Y todo ello es lucha
revolucionaria, de nuevo tipo, por más que en algunos casos pueda haber
manipulación de terceros actores interesados. Muchos militantes duros de
izquierda también comparten esos horizontes amplios, a veces a pesar de sus
partidos y las líneas políticas; en la práctica están ejerciendo un doble
papel, el de militantes obedientes y el de activistas libre pensadores cuando
se requiere actuar así; y ello muchas veces provoca rupturas, aunque no son la
única causa de esas rupturas, que en otras ocasiones se deben a oportunismo y
cuotas de poder.
Pero, más allá de militancias y
activismos, hay otras formas de comprometerse en la lucha por los derechos. El
levantamiento de los esclavos liderados por Espartaco en el antiguo imperio romano,
las revueltas campesinas en la Europa de los siglos XVIII y XIX, los múltiples levantamientos
indígenas en Suramérica, bajo los liderazgos de Lautaro, Tupac Amaru, Fernando
Daquilema y tantos otros líderes; o más recientemente el movimiento por los
derechos civiles en Estados Unidos de Norteamérica liderado por Martin Luther
King, el enorme movimiento de resistencia pacífica en la India liderado por Gandhi,
o la resistencia al apartheid en Sudáfrica con el liderazgo de Mandela; ¿pueden
ser considerados acciones de militantes o de activistas?, posiblemente estén
más cerca del activismo que de la militancia, pero lo más probable es que se alejen
claramente de ambas concepciones.
Probablemente en el siglo XX fue
más clara la influencia de militantes comunistas y socialistas en muchas de las
grandes movilizaciones sociales. De hecho, en el Ecuador el movimiento indígena
y sindical, así como otros, tuvieron influencia de esos partidos de izquierda y
sus militantes. Y ello seguramente se repite en todos los países latinoamericanos.
Pero, ya entrado el siglo XXI, esa influencia de los partidos de izquierda
tradicionales en las grandes movilizaciones sociales, ha disminuido sustancialmente.
En los levantamientos populares de octubre de 2019 y junio de 2022 en el
Ecuador, más influencia tuvieron organizaciones como la CONAIE y activistas de
diferentes campos (ecologistas y agro ecologistas, feministas y otras
organizaciones pro derechos) que los partidos de izquierda, que generalmente
acudieron como espectadores a las mismas, y se sumaron luego con pequeños
apoyos colaterales.
Cuando los organismos
ecuatorianos de Derechos Humanos nos reuníamos algunas ocasiones en Santa Cruz,
Chimborazo (y en otros lugares, décadas 1980 y 1990); uno de los jóvenes
compañeros activistas le preguntó con ingenuidad y audacia a Monseñor Leonidas
Proaño si se consideraba un militante comunista; monseñor primero se rió, y
luego dijo que no requiere calificativo alguno, que lo único que hace es
comprometerse con la Paz y la Justicia, con el ejemplo de Jesús, con el dolor y
sufrimiento de los pueblos, sobre todo los indígenas.
Pero tampoco tenía temor de
decir: “El capitalismo es frío, como es frío todo lo que es metálico. No le
importan los hombres ni los pueblos. Le importan las ganancias. Y solamente le
importan los hombres y los pueblos en la medida en que éstos le proporcionan
ganancias. Para poder devorar ganancias, devoran hombres y pueblos. Es frío, no
tiene corazón” (Mons. Proaño, 1986).
Monseñor Proaño es un claro
ejemplo de cómo se puede hacer mucho más, desde otros espacios, sin necesidad
de reconocerse ni como militante ni como activista, con pensamiento y
compromiso libre, a pesar del riesgo de conflicto con las jerarquías.
HNC/9sep2024
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