MI PADRE Y EL
NOMBRE DE LAS ESCUELAS DE SUS HIJOS
Foto tomada del sitio de la Escuela “Alejandro Cárdenas” https://esc-alejandro-cardenas-school.webnode.ec/sobre-nosotros/
Hace un par de años, aprovechando
el encierro forzado por la pandemia de covid-19, me atreví a borronear unas
memorias, muy íntimas, que las titulé “ganándole a la bruma”.
Allí me refiero a algunas
personas cercanas que han formado parte de mi vida: familia, amigos,
compañeros, compañeras. Son referencias muy breves, como brochazos. Siempre me
sentiré en deuda con todas y cada una de esas personas queridas, porque de diferentes
maneras marcaron mi rumbo, lo que soy.
Uno de esos personajes grandes (y
también difícil), fue mi padre, Hugo Noboa Irigoyen. No pretendo este momento
hacer una reseña biográfica suya. No podría hacerla. Una de las características
de las relaciones con mi padre fue que conversábamos poco; tal vez teníamos
barreras de parte y parte. De niño le acompañé en muchas actividades, de
adolescente y adulto joven me alejé bastante.
Mi padre murió en el año 1982 cuando
tenía sesenta de edad. Como dice mi sobrina Diana Almeida Noboa (https://www.revistacrisis.com/debate-memoria/un-obrero-cualquiera-como-todxs?fbclid=IwAR21vcan9vIN1GOcezqHHUtoVrtO__I3zriY4liCL2-B3tRw9L44GV9e6HE),
“como mueren los obreros: enfermos, mutilados y pobres, olvidados por la
sociedad que construyeron y por las organizaciones que sostuvieron, pero
dignos, bien dignos”, con esa dignidad que sólo tienen los trabajadores altivos;
fue obrero linotipista y dirigente sindical muy comprometido, honrado y
respetado. Yo tenía veinte y siete años de edad cuando murió mi padre, en mis
brazos.
Quiero ahora referirme, más que a
un episodio, a una decisión fundamental que tomaron mi padre y mi madre, aunque
estoy seguro que él tuvo mucho que ver: ¿dónde deben estudiar los hijos?
Contaba mi padre que cuando fue estudiante
del Instituto Nacional Mejía se quedó suspenso en alguna materia, creo que
inglés; su padre, mi abuelo, muy severo como eran los hombres en esa época, le
retiró del colegio y lo puso a trabajar en una imprenta. De tal manera que vio
frustrada la posibilidad de continuar sus estudios e inició una temprana vida
de trabajador gráfico, activista y dirigente sindical, que lo caracterizó toda
la vida. A pesar de no haber culminado sus estudios secundarios, mi padre fue
un autodidacta, un obrero ilustrado; estudiaba y leía mucho por su cuenta y nos
inculcó la lectura a los hijos desde niños.
Contaba mi madre, porque no
recuerdo haberle oído a mi padre al respecto, que incluso se dio el lujo de
corregir textos a algunos de los más connotados escritores ecuatorianos de
mediados del siglo XX, cuando ya trabajaba en la imprenta de la Casa de la
Cultura Ecuatoriana, en la matriz de Quito.
Lo que sí me consta es que teníamos
una muy buena biblioteca, sobre todo de autores ecuatorianos, latinoamericanos
y rusos; le gustaban mucho estos últimos a mi padre. Algunos libros de
escritores ecuatorianos tenían una dedicatoria personal para él. Explorar esa
biblioteca era uno de nuestros pasatiempos favoritos en la niñez y
adolescencia. De allí nos robamos temporalmente “La Madre” de Máximo Gorki,
“El Sepulcro de los Vivos” de Dostoievski, “El Cojo Navarrete” de Enrique
Terán, o “Huashipungo” y “En las Calles” de Jorge Icaza, para leerlos en
secreto; aunque mi padre y mi madre mismo nos incentivaban a que tomemos y
leamos los libros.
Volviendo a lo de escoger escuela
y colegio para los hijos. Para una familia obrera, con bastantes hijos y muchas
limitaciones económicas, lo obvio era que eduquen a sus hijos en
establecimientos fiscales o municipales, “gratuitos”. Sin embargo, pudieron
también haber escogido establecimientos religiosos, católicos, pues era posible
acceder a algunos de ellos a bajo costo o inclusive de “manera gratuita”. Pero
mi padre era comunista y profesaba el laicismo. Debía escoger establecimientos
laicos y con una simbología particular que marque desafíos para sus hijos.
En este punto, vale también
aclarar que mi padre no era una “perita en dulce”, era un hombre de su tiempo,
comunista pero bastante machista. Él mandaba en el hogar. No permitió que mi
madre, maestra, trabajara en la docencia; por lo que se dedicó al cuidado de
los hijos y el hogar, tareas inmensas. Tampoco pudo mi madre expresar
abiertamente su vocación católica, sino cuando mi padre murió. Siempre mi madre
apoyó las ideas y luchas de mi padre. Pero como no se trata aquí de criticar a mi
padre, voy a lo que me propuse.
Mis hermanas mayores fueron a la
escuela primaria fiscal “Alejandro Cárdenas”. En la secundaria, dos fueron al colegio
fiscal “24 de Mayo”, otra al normal experimental fiscal “Manuela Cañizares” y
la última de las hermanas mayores al colegio municipal femenino “Eugenio
Espejo”. A propósito de este último, alguna vez escuché uno de los pocos discursos
“feministas” de mi padre, decía que, por justicia, el colegio femenino debió
llamarse Manuela Espejo y no como su hermano Eugenio Espejo. Era la primera vez
que escuché hablar de Manuela Espejo como un personaje importante, pues sólo
sabíamos que era la hermana de Eugenio casada con José Mejía Lequerica.
Los dos hijos hombres estudiamos
la primaria en la escuela municipal “Eugenio Espejo” y la secundaria en el
fiscal “Instituto Nacional Mejía” (en alusión a nuestro patrono José Mejía
Lequerica). Aunque sabía de su prestigio, le hubiera parecido un despropósito
que fuéramos a un colegio con el nombre de un conquistador sanguinario como
Sebastián de Benalcázar.
Mis dos últimas hermanas
estudiaron entre el colegio femenino Espejo y el privado, pero laico, “Colegio de América”, ya cuando mi padre no tomaba decisiones al respecto.
Fui yo el primero de los hijos
(aunque soy el quinto, luego cuatro hermanas) que fue a la universidad con
apoyo de la familia, por supuesto que a la estatal Universidad Central del
Ecuador. Luego varias de mis hermanas hicieron sus carreras universitarias con
su propio esfuerzo.
No es sólo la opción de
establecimientos fiscales o municipales que se presenta a una familia obrera,
lo que los llevó a escoger esos colegios. Había también otras alternativas
fiscales y municipales, sin embargo, escogieron los mencionados, por prestigio
seguramente, por relativa cercanía tal vez, pero también por su importancia simbólica.
La actividad obrera y sindical de
mi padre le vinculó tempranamente a la izquierda y en particular al Partido
Comunista del Ecuador; no creo fue militante del partido, pero como intelectual
obrero era muy apreciado por los dirigentes socialistas y comunistas. Recuerdo
haber participado de niño en algunas reuniones sindicales y políticas en
nuestra casa con dirigentes de esas organizaciones, sentado yo en las faldas de
mi padre y su pierna postiza (amputaron su pierna a los veinte y siete años de
edad por una enfermedad causada por el tabaco, episodio doloroso que marcó su
vida y las nuestras).
Uno de los personajes que
recuerdo de esas reuniones, era el doctor Telmo Hidalgo, de los más valiosos
asesores y activistas del sindicalismo ecuatoriano en su época de oro. Otra de
las personas a las que recuerdo frecuentaba mi padre, era don Primitivo
Barreto, dirigente del partido comunista; ambas familias (Barreto y Noboa) fueron
además algún tiempo vecinas y buenas amigas. Algunos de sus compañeros de lucha,
además de militantes sindicales y de izquierda, eran masones. Al final de sus
días mi padre tuvo sus inclinaciones socialdemócratas, admiraba mucho a Rodrigo
Borja, al que agradecía por haber actuado cuando a mi padre y a cientos de
dirigentes y militantes de izquierda, obreros y estudiantiles, los detuvieron
en el gobierno de Arosemena Monroy y la dictadura militar presidida por Castro
Jijón (inicios de la década de 1960).
Debieron haber sido muy ricas e
ilustrativas esas reuniones sindicales y políticas. Fue la universidad de mi
padre, allí se fortalecieron muchas de sus ideas.
No es de sorprenderse entonces que
escogiera para sus hijos establecimientos educativos con los nombres de Eugenio
Espejo, José Mejía Lequerica, Manuela Cañizares o con la fecha de la Batalla de
Pichincha que selló nuestra independencia, 24 de mayo.
De las pocas veces que conversamos,
y en relación a la escuela donde estudiaron mis hermanas mayores, le pregunté ¿quién
fue Alejandro Cárdenas? Me dijo que era tarea mía averiguarlo, que me voy a
encontrar con un personaje muy valioso e interesante. Seguramente trasladé la
pregunta a una de mis hermanas y debo haber recibido una respuesta, pero nunca
cumplí a cabalidad en mi juventud esa tarea encomendada por mi padre; tampoco
es que era muy fácil en ese tiempo acceder a información, no había las actuales
facilidades del Internet. Y los pocos libros de historia que uno podía
consultar, no hacían referencia o lo hacían de una manera muy tangencial a
“personajes secundarios” de la historia.
Todos esos recuerdos y la tarea
pendiente afloraron cuando el pasado año 2022 se hizo un acto por nuestros 50
años de graduación en el colegio Mejía. Algún momento estuvimos en un salón con
los retratos de los rectores, y uno de los primeros que aparecía era Alejandro
Cárdenas. En efecto, Alejandro Cárdenas fue un destacado maestro y abogado
liberal del siglo XIX e inicios del XX, no fue un personaje tan secundario.
Foto: Cuando cumplimos 50 años de egresados del Mejía (junio 2022), algunos compañeros en el salón con los retratos de los ex rectores. Constan entre otros, Igor Jaramillo, Alfredo Arias, Pedro Cueva (con uniforme del colegio), Amparo De la Vega (que se graduó de maestra en el Manuela Cañizares y de bachiller en el Mejía nocturno), Patricio Zúñiga, Hugo Noboa, Miguel Arévalo y Alberto Loaiza. A dos compañeros no identifico, disculpas.
Alejandro Cárdenas Proaño, nacido
en Quito en 1845, tuvo una educación católica, con los hermanos franciscanos
donde fue compañero de aula de Federico González Suárez, y con los jesuitas en
la secundaria. En Quito comenzó a estudiar jurisprudencia, pero fue perseguido
por sus ideas liberales, por lo que tuvo que trasladarse a Guayaquil donde se
graduó de abogado.
Formó parte de las conspiraciones
de Juan Montalvo contra el gobierno conservador de García Moreno, y por ello,
junto a otros personajes liberales, fue perseguido político.
Durante el primer gobierno de
Eloy Alfaro, luego de la fundación del Instituto Nacional Mejía en 1897
(inicialmente un colegio normal para la formación de maestros y maestras laicos,
ante el control religioso de la educación y el boicot al gobierno liberal), fue
su rector entre los años 1898 y 1899. Debió ser alguien de mucha confianza del
general Alfaro, para que lo nombren para esa importante responsabilidad.
También fue Alejandro Cárdenas rector
de la Universidad Central entre 1902 y 1903. Ministro de Hacienda entre 1894 y
1895, presidente de la Corte Suprema de Justicia entre 1909 y 1919, presidente
del Consejo Cantonal de Quito entre 1898 y 1899. Diputado y senador por varias
provincias. Embajador en Chile y Argentina. Miembro de varias organizaciones y
sociedades de claro enfoque liberal (https://es.scribd.com/document/471325244/ALEJANDRO-CARDENAS#).
Con ello, padre, he cumplido,
aunque parcialmente y tarde, la tarea de una breve aproximación al personaje
que fue patrono de la escuela donde estudiaron mis hermanas mayores. Comprendo
por qué escogieron esa escuela para mis hermanas, con ese nombre; aunque me
hubiera a mí también gustado que esa escuela donde se educaban niñas (hoy niñas
y niños), llevará el nombre de un personaje femenino de nuestra historia, como
Manuela Espejo o Manuela Sáenz; mucho hubiera sido pedir que lleve el nombre de
Manuela León, Matilde Hidalgo o Dolores Cacuango a mediados del siglo XX, en 1944 en que fue inaugurada la escuela Alejandro Cárdenas.
Hugo Noboa Cruz, 12 junio 2023
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