LOS PUEBLOS ANDINOS ANCESTRALES Y EL ACCESO AL AGUA



La aristocracia criolla de Quito y de otros rincones de lo que hoy es el Ecuador, dueña de grandes haciendas en territorios expropiados a los pueblos originarios durante la conquista europea y la colonia, creó varios mitos perversos sobre el “indio”, en referencia a los pueblos y nacionalidades que habitaron durante siglos y milenios estos territorios. Se los trató de “indios sucios, vagos, bárbaros, ladinos…” y una serie de epítetos más, que aún en la actualidad se conservan intactos en el arsenal de prejuicios de los blanco-mestizos; calificaciones a las que se ha añadido recientemente otras, como “indio terrorista”, cuando los pueblos ejercen su derecho constitucional a levantarse contra la opresión y las injusticias, amparados además en instrumentos internacionales de Derechos Humanos.

Estos prejuicios, originados en la colonia, llegaron a formar parte de la “nación (que) se organiza en términos de principios exclusivistas que construyen un panorama social caracterizado por la discriminación y la desigualdad sociocultural, por la opresión de un sector dominante sobre grupos étnicos considerados inferiores e incluso por la segregación”[1]

Alfonso Ortiz Crespo, arquitecto e historiador, miembro de la Academia Nacional de Historia y Cronista de la Ciudad (Quito), confirma que el nombre del sector de El Placer se derivó de la existencia en esa zona de una estancia de reposo destinada a los monarcas del imperio incásico, cuando llegaron a estas tierras del norte.

Ortiz señala “Consta en el primer libro del Cabildo que, en 1537, al otorgarse solares a los mercedarios, se les fijó como límites unos edificios antiguos donde estaban unas casas del placer del señor natural”. El sector fue conocido también como el mirador de Huayna Capac o las terrazas del Inca.[2]

En efecto, Ileana Almeida señala “Gustaban los incas recostar sus moradas en las laderas de las montañas para utilizar el agua que corría desde vertientes de altura y en los sitios más altos se construían los baños del Inca. Aquí, en la chorrera del volcán Pichincha comenzaban los dominios de Huayna Capac, cuyos vestigios hidráulicos han sido descubiertos por investigadores como Max Uhle.”[3]

Me imagino a Huayna Capac, junto a su hijo Atahualpa, y junto a otros hombres y mujeres de la nobleza incaica instalada en Quito, en una soleada mañana de verano, disfrutando de un baño con menta y otras hierbas aromáticas.

Un morador y dirigente del moderno barrio de El Placer en Quito, cuenta que “En los años treinta (del siglo XX), en los patios del ex normal Juan Montalvo se podía observar unas grutas de piedra. Se supone que estas edificaciones fueron los baños del inca” (El Telégrafo 2014). Y seguramente, disfrutaron también de esos baños construidos para el Inca, en diferentes momentos, el Conde Ruiz de Castilla y el presidente Juan José Flores, que se sabe vivieron en ese barrio; así como varias aristócratas familias españolas y criollas que construyeron sus fincas vacacionales entre los bosques de esa ladera quiteña.

Debe haber sido un choque desagradable para las pulcras aristocracias nativas de todo el territorio de la Abya Yala, desde los aztecas hasta los mapuches, no sólo encontrase con las armas de fuego de los conquistadores, sino con los molestosos olores que emitían desde debajo de sus armaduras.

Y no sólo eran los rigores de la guerra y las largas campañas de la conquista las que explicaban esos olores desagradables. Era una costumbre de los pueblos europeos, de sus aristocracias y de las realezas, bañarse poco. A diferencia de los cultos pueblos árabes musulmanes, que, entre otras acciones civilizatorias, llevaron a España, el disfrute del baño y la limpieza del cuerpo; lo que hizo quizá recuperar la memoria de que ya en la Grecia antigua y el Imperio Romano, el baño era toda una ceremonia especial para las castas dominantes. Los esclavos, ciervos y pueblos oprimidos, de acuerdo a su posibilidad de acceso al agua.

Seguramente se trata de mitos sin real fundamento, pero hay leyendas que cuentan de la poca afinidad que tenían por la limpieza los personajes de la realeza europea, como la Reina Isabel I de Castilla (La Católica) de España, que -en su intolerancia- tuvo un especial interés en expulsar de Granada a los musulmanes (lo logró, con un río de sangre, su marido y sucesor, Fernando II de Aragón, El Católico) y que provocó el éxodo de los judíos desde Navarra y otros territorios españoles.

Incluso los pueblos “bárbaros” del norte, los vikingos, vándalos, godos y visigodos, debieron haber dado lecciones de limpieza y de rituales de purificación a los europeos del Sur.

En la Abya Yala (América), hay varios pasajes relatados en documentos históricos y en ficciones, sobre los rituales de limpieza. Laura Esquivel, en su novela Malinche, relata como Malinche le enseñó al conquistador y amante suyo, Hernán Cortez, las bondades del temazcal[4] o baño sauna de los rituales aztecas.

Pero no sólo las aristocracias de los pueblos originarios tuvieron acceso al baño o aseo del cuerpo, frecuente sino diario. Y ello fue común en los pueblos de América, de África, de Asia o Australia y los miles de islas dispersas por el mundo. Parece ello ser más obvio en los pueblos de zonas tropicales con fácil acceso al agua del mar, ríos o lagos.

Incluso en las alturas andinas, los pueblos originarios accedieron a fuentes: cascadas, ríos y lagos, para sus rituales higiénicos, terapéuticos y espirituales. Las decenas de cascadas sagradas a lo largo del callejón interandino, como la de Peguche en Imbabura o los ancestrales baños de aguas termales de Chachimbiro, Oyacachi, Papallacta, Baños de Tunguragua y Cuenca, son un testimonio de ello. Al igual que los lagos sagrados como San Pablo en Imbabura (Imbacucha, nombre ancestral en kichwa), donde aún hoy, en las primeras horas de la mañana, hombres, mujeres, niños y niñas, participan en el ritual del baño.

En Quito, la Comuna de Santa Clara de San Millan, que adopta ese nombre cristiano con la llegada de los españoles y que habría sido reconocida legalmente en el último gobierno de Eloy Alfaro, en 1911; hoy restringida en su territorio, según algunos relatos transmitidos oralmente por los comuneros y según algunos historiadores (Kingman, Iñíguez, Ramón), tenía una extensión muy amplia, desde Mindo al occidente, hasta lo que hoy es la avenida 12 de octubre al oriente y el viejo aeropuerto al norte.[5] Por lo que tenían acceso a varias fuentes de agua desde las laderas del Pichincha y a la laguna natural que existió en la zona de Iñaquito.

Y no sólo fueron los pueblos ancestrales de esta comuna, sino otros asentamientos de pueblos Yumbos y Quitu Cara, desde Guamaní y Chilibulo al sur, hasta Cotocollao al norte, incluyendo los asentamientos de Nayón, Zámbiza, Carapungo, Llano Chico y Llano Grande, al oriente; que se conectaron en activo intercambio con otros pueblos originarios de diferentes latitudes del callejón interandino, de la Costa y la Amazonía. Y en esa amplitud de relaciones, con visión de nación, tuvieron acceso a muchos recursos, libre acceso a fuentes de agua, que permitieron la riqueza de la producción agrícola celebrada en los solsticios y equinoccios.

Con la llegada de los españoles. No sólo que se masacró a muchos pueblos, se los cristianizó a la fuerza, se los sometió a nuevas formas de organización territorial (política, militar y religiosa), como las parroquias (Ramón 2004), sino que se les despojó de sus territorios, de lo que se producía en estos, y se les despojó del acceso al agua.

Arrinconados en las partes más altas de las montañas, muchas veces en los páramos, los pueblos y nacionalidades ancestrales fueron sometidos a la pobreza más extrema y tuvieron severas restricciones de bienes vitales, como el agua. Sometidos a esa opresión, con una interminable lista de vejámenes, primero por los españoles y luego por los blanco-mestizos criollos, fueron además calificados de “vagos, sucios y bárbaros”, sin fundamentos históricos ni éticos.

Hoy, los pueblos ancestrales y los pueblos afrodescendientes, montubios y mestizos, herederos de un legado de resistencia, son los principales defensores del agua frente al abuso del poder. Poder que privilegia la minería o los grandes proyectos agrícolas, ganaderos e industriales, antes que la defensa de la vida, la soberanía alimentaria, la integridad y armonía de la Madre Tierra.

El agua, que fue siempre sagrada y sinónimo de salud y espiritualidad, constituye uno de los desafíos fundamentales en la lucha actual de los pueblos.

HNC / 18 marzo 2023



[1] Fredy Rivera, citando a DIAZ P Héctor. Etnia, Nación y Política (FLACSO México 1994) https://repositorio.flacsoandes.edu.ec/bitstream/10469/15924/2/TFLACSO-1994FRV.pdf

[4] El temazcal es un baño de vapor utilizado en Mesoamérica con fines higiénicos, rituales, terapéuticos y espirituales. La palabra temazcal proviene de la palabra náhuatl “temazcalli”, (temaz-sudor, calli-casa); su traducción literal sería “casa de sudor”. https://wakana.es/que-es-un-temazcal/

[5] Citado por Gabriela Argüello en “El centenario de la comuna de Santa Clara de San Millán”, UASB Quito 2019 https://repositorio.uasb.edu.ec/bitstream/10644/7141/1/SM276-Arg%C3%BCello-El%20centenario.pdf

 

Comentarios

Entradas populares de este blog