¿“ESTILOS DE VIDA” O POLÍTICAS PÚBLICAS?
Hugo Noboa Cruz, marzo 2022
El discurso de los “estilos de
vida saludable” ha impregnado la salud pública y la promoción de la salud en
las últimas décadas; en desmedro de las políticas públicas, que es por donde
deberían plantearse las principales soluciones a los problemas más graves de la
salud colectiva.
El discurso de estilos de vida originalmente
fue europeo y norteamericano, y de clases alta y media. Para nada aplicable a amplios sectores
de la población del mundo que apenas sobrevive con lo mínimo o muere en el
intento. ¿De qué estilo de vida podemos hablar a los ejércitos de niños,
jóvenes y adultos que viven en las calles de las grandes ciudades del mundo?; ¿a
las víctimas de las guerras, a los millones de refugiados y migrantes por
razones económicas o climáticas?; ¿a los arrinconados en la pobreza extrema por
la explotación y la exclusión social?
De tanto repetirse, el discurso
de los estilos de vida se ha vuelto hegemónico, no sólo en la propaganda de
lujosos cruceros y mansiones, de condominios o spa exclusivos. Si no en la
salud pública. Y no se libran de la utilización de este término incluso
destacados académicos cuando a la dimensión individual de la determinación
social se refieren; el discurso de los estilos de vida está presente aun en la
academia más progresista.
Pero, ¿desde
cuándo se utiliza este discurso de los “estilos de vida saludable” en la salud
pública en el mundo? Difícil saberlo, porque no todo ha quedado documentado. Sin
ir muy atrás en el tiempo, en la Carta de Ottawa (1986)[1],
que es uno de los hitos fundadores de la actual promoción de la salud en el
mundo, no se habla de estilos de vida, se hace sí referencia dentro de sus
lineamientos a “desarrollar las aptitudes personales”, lo cual es muy
diferente.
Dentro de sus lineamientos, la Carta hace también un llamado a “la elaboración de una política pública sana”, lo cual es refrendado en la Conferencia Mundial de Promoción de la Salud de Helsinki, Finlandia, en el año 2013, con la “declaración de Helsinki sobre Salud en Todas las Políticas”.
En la
Conferencia de Ottawa, sin bien casi no participaron delegaciones de países del
denominado Tercer Mundo, sin embargo se recogió como prerrequisitos para la
salud: paz, educación, vivienda, alimento, ingresos económicos, un ecosistema
estable, recursos sostenibles, justicia social y equidad. Demandas que son
universales, pero insuficientes.
En las
diferentes conferencias mundiales de promoción de la salud que sucedieron a la
de Ottawa, especialmente en las de México (2000) y Nairobi, Kenia (2009), se puso
en debate la necesidad de mayor inversión en salud; la calidad de vida; la
pobreza; las inequidades; y se hizo énfasis por primera vez en lo que se
denominó “factores determinantes de la salud”. Lo cual, en un marco de
diversidad cultural, da una nueva dimensión a los lineamientos de la carta
original de Ottawa.
Más recientemente, algunos ideólogos de proyectos alternativos, como las granjas agroecológicas, que aportan sin duda mucho para la construcción de un nuevo mundo basado en la solidaridad y el respeto a la Madre Tierra, hacen un llamado a construir desde lo local una sociedad diferente, al margen incluso de los estados. La esencia de ese planteamiento es “cambiemos nuestro entorno cercano” (dejémonos de discursos incendiarios y cambiemos lo que esté en nuestras manos, sólo eso), aunque no cambiemos la sociedad, añadiríamos. Muy loable por cierto, pero otra vez deslindan de responsabilidad al Estado y de alguna manera pretenden repetir experiencias del socialismo utópico de comienzos del siglo XIX de Saint-Simon, Fourier y Owen, a quienes Marx y Engels[2] calificaron como partidarios del ascetismo universal o igualitarismo ingenuo, que ignora la lucha de clases. En tiempos modernos hubo otros ejemplos de construcción de alternativas locales al margen de los estados, las comunas hippies de las décadas de 1960 y 1970 fueron de alguna manera algunos de ellos; un escape a la sociedad explotadora, atosigante y destructora de la naturaleza.
Sin embargo,
dentro de experiencias como la agroecología, hay diversas tendencias. Desde
aquellas ligadas a movimientos populares y comprometidos con la transformación
social que, quiero creer, son las mayoritarias. Hasta las que lindan con el new
age, más afines al planteamiento europeo y norteamericano de los excluyentes estilos
de vida.
Hay quienes
consideran que el término estilos de vida se originó en la antigua Grecia y fue
abordado por algunos de sus filósofos, como Aristóteles. Pero quizá no tienen
nada que ver las reflexiones del filósofo sobre modos de vida, vida filosófica,
vida política[3],
con la moderna acepción de estilos de vida.
Posiblemente
más bien, estilos de vida saludable, como los concebimos actualmente, tiene que
ver con reflexiones de médicos y psicólogos modernos que asociaron y asocian
enfermedades con conductas individuales. Algún momento incluso se llegó a
caracterizar a los seres humanos con ciertos rasgos físicos (fenotipo) que
tendrían relación con conductas.
El psicólogo
austrohúngaro Alfred Adler, ideólogo de la “Psicología Individual”, que terminó
distanciándose del pensamiento de Freud y Jung, en la década de 1910 habría
trabajado sobre el concepto de estilos de vida, sobre todo desde una
perspectiva psicológica que consideraba al ser humano (todos los seres humanos)
como “seres inferiores”. Según Adler, el sentimiento de inferioridad o complejo
de inferioridad puede surgir de diferentes fuentes durante la niñez: la
inferioridad orgánica, los mimos excesivos, el descuido. “La teoría de Adler,
en contraste con las teorías de Freud y Jung, pone énfasis en la lucha
consciente de los individuos para mejorar sus vidas”, como un “sistema de
reglas de conducta desarrollado por los individuos para lograr sus metas en la
vida”[4].
Posiblemente
hay muchos otros antecedentes en el siglo XX para que se haya consolidado el
concepto de estilos de vida saludable. Sin embargo, regresando a Adler, al
parecer esa concepción, aun en la actualidad, se refiere a conductas
individuales que asumidas o no por las personas podrían modificar el curso de
las vidas y la salud.
Sin duda no hay
que desdeñar el nivel de lo individual en el análisis de la salud. Pero hacer énfasis
en ello, significa descargar la culpa de las enfermedades en los individuos y
deslindar de ella al Estado y la sociedad. No hay que olvidar que durante el
gobierno de la “revolución ciudadana”, en una de sus abruptas declaraciones
durante una sabatina, el ex presidente Rafael Correa llegó a decir que la
atención de salud de los diabéticos y los obesos ya no va a ser cubierta por el
Estado ni la seguridad social, porque (según el ex presidente) es su culpa ser
obesos o tener diabetes, por no haber tenido un estilo de vida saludable (sic).
Por suerte, alguien le habrá recomendado no insistir en ello.
Uno de los
ejemplos más claros de cómo el estado de salud y enfermedad, no sólo de los
individuos sino de los pueblos, está determinado por las condiciones sociales y
por la falta o no de políticas públicas saludables, es el de las industrias de
tabaco, bebidas alcohólicas y alimentos ultra procesados (entre otras) y los
graves daños que producen en la salud colectiva, con una enorme carga sobre la
economía de los estados y las familias.
Las actuales
pandemias de obesidad, enfermedades cardiovasculares (sobre todo infartos de
miocardio y accidente cerebro vascular), diabetes, algunos tumores malignos, no
sólo el de pulmón (por tabaco) sino otros asociados al consumo de alimentos,
sobrepeso y obesidad; son fundamentalmente causadas por la voracidad de los
intereses comerciales de esas industrias nocivas.
Y el mismo
análisis se podría hacer de muchos otros problemas de salud, incluyendo graves
problemas de salud mental. Siempre vamos a encontrar una determinación social.
Durante la pandemia
de Covid-19, muchas veces se responsabilizó a los propios individuos de haberse
enfermado, sin embargo de que las pruebas de detección no han estado
disponibles gratuitamente de manera amplia en servicios públicos y los sistemas
de vigilancia epidemiológica han fallado. Incluso cuando nos referimos a temas
tan polémicos como la decisión individual de no vacunarse, se ha convertido en
ciudadanos de segunda categoría a un sector de la población (por su conducta),
el mismo que no puede acceder a muchos espacios públicos. Pero, por otro lado, no
se hace autocrítica de la deficiencia en la elaboración de mensajes para la
prevención en la pandemia; y no se solucionan los problemas fundamentales del
sistema de salud, no hay intención de hacerlo, no existe suficiente inversión
pública en salud; el gasto de bolsillo en Ecuador sigue siendo mayor al 40% del
gasto total en salud (OPS, indicadores básicos 2019).
Más
recientemente, inmediatamente después de la calamidad causada por el deslave en
La Comuna de Santa Clara de San Millán y barrios aledaños en Quito (31 de enero
de 2022), hubo quienes quisieron responsabilizar a los comuneros y habitantes
de los barrios afectados, por supuestos asentamientos ilegales. Desconociendo
que la Comuna de Santa Clara de San Millán es una comuna ancestral, centenaria[5],
cuyos territorios aparentemente se extendían hasta donde hoy es La Mariscal (el
mercado de Santa Clara es un indicador de ello) y paulatinamente ha sido
arrinconada en la ladera de la montaña (Gabriela Borja, 2022). Ha crecido lentamente durante décadas por la
explosión demográfica de las familias originales (que allí han vivido por
generaciones) y por la incorporación de allegados y migrantes acogidos
cálidamente. Pero nunca ese crecimiento ocurrió con la velocidad que implica un
proyecto a gran escala, trátese de grandes complejos industriales, habitacionales,
cementerios u otros proyectos empresariales (públicos o privados) como el teleférico,
el parque recreacional y negocios conexos, que talan bosques y llenan de concreto,
invaden masivamente el páramo de Cruz Loma y las laderas, cuya flora primaria
fue reemplazada por eucalipto; todo ello además sin las adecuadas medidas de
reparación y prevención.
No pidamos
entonces a los individuos y sus familias, a las comunidades, que asuman la
total responsabilidad de su salud y sus enfermedades, de sus catástrofes; no
sigamos repitiéndoles en sus caras que todo es cuestión de estilos de vida.
Exijamos que el Estado asuma su responsabilidad con políticas públicas que
prioricen la salud, la vida y el futuro de los pueblos, con respeto a las
comunidades y a las organizaciones sociales y populares legítimas; antes que entregarse
a los intereses comerciales de corporaciones de diverso tipo, incluidas las del
complejo médico industrial que tanto ha acumulado capital durante la pandemia
de Covid-19 y que hoy pretende aniquilar la seguridad social en el Ecuador.
Frente a los supuestos
estilos de vida, que culpabilizan a individuos, familias y comunidades; fortalezcamos
el enfoque de determinación social de la salud, los enfoques ecosistémicos en
salud, las políticas públicas saludables, la seguridad social universal garantizada
por el Estado y la construcción de un sistema de salud que responda por ese
derecho de toda la población.
[1] https://www.paho.org/hq/dmdocuments/2013/Carta-de-ottawa-para-la-apromocion-de-la-salud-1986-SP.pdf
[2] Esas críticas aparecen
explícitamente tanto en el “Manifiesto Comunista” de Marx y Engels (1848), como
en “Del socialismo utópico al socialismo científico” de Engels (1880).
[3] “La exaltación aristotélica
del ideal contemplativo de vida en Ética a Nicómaco X fue muy influyente en la
historia de la filosofía y sus efectos se prolongan mucho más allá del
Helenismo y de la Antigüedad tardía. Sin embargo, es en Política VII 1-3 donde
Aristóteles presenta la consideración más detallada de los géneros de vida y,
en particular, la oposición entre la política y la filosofía. El propósito de
este trabajo es reconsiderar el elogio de la vida contemplativa del final de la
EN y recuperar el significado político que el proemio ético que antecede al
diseño de la pólis ideal tiene en esta discusión, con vistas a mostrar la
correspondencia que existe entre la redefinición de práxis en Pol. VII 3 y la
jerarquía de la felicidad en EN X 7-8.” Viviana Suñol Tópicos (México) no.45 México dic. 2013. La discusión
aristotélica sobre los modos de vida. El contraste entre el bíos theoretikós en
Ética a Nicómaco X 7-8 y el bíos praktikós en Política VII 3
[5] La comuna de Santa Clara de
San Millán es un asentamiento indígena del pueblo "Quitu-Cara",
fundada como tal por españoles en 1537 (ordenanza municipal 0024 del 21 de
noviembre de 2014). Fue legalmente reconocida
por el presidente Eloy Alfaro el 26 de julio de 2011 (Gabriela Argüello,
Universidad Andina Simón Bolívar, 2019). Según Luciano Martínez (2014) Los
indios circunquiteños de Santa Clara de San Millán y de Chilibulo se habían
especializado en la alfarería. Hay una leyenda extendida entre los comuneros,
que cuenta que las monjas del convento de Santa Clara descubrieron una mañana
que la imagen de la Santa tenía los pies embarrados de lodo. A partir de ese
momento encadenaron a la imagen para evitar que fuera a pisar barro con los
indios alfareros de Santa Clara de San Millán (Kingman, 1992).
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