EL BESO DE LA LIBERTAD
El día de ayer, 28 de diciembre de 2021, día de los “inocentes”, mi madre habría cumplido 96 años de edad. Le faltó un día para ello. Murió a una edad respetable. Cuánta vida cupo dentro de su vida, cuánto coraje y fortaleza derramó, cuántas otras vidas ayudó a cultivar, a cuidar, a acompañarlas para que den flores y frutos multicolores.
Por ello quiero rendir homenaje a
mi madre, recordándola viva y altiva en un episodio valiente: la lucha por la
libertad de mi padre cuando fue detenido en 1963 junto a otros cientos de
dirigentes sindicales, estudiantiles y militantes de izquierda, durante el último
período del gobierno de Carlos Julio Arosemena Monroy y la dictadura de la
junta militar presidida por Castro Jijón, en el Ecuador.
Lo que viene a continuación, si
bien es una ficción, está basada en esos hechos reales. En la pequeña historia
aparecen tres personajes: Alfonso (mi padre, Hugo Alfonso Noboa Irigoyen),
María (mi madre, María Cruz Arias) y Tamara, que representa, simbólicamente, a
todas mis hermanas y mi hermano, herederos de esos valores, quienes
dieron energía y apoyo a mi madre para la lucha por la libertad.
De alguna manera, el reencuentro
de mi padre que falleció hace casi 40 años, con mi madre que falleció hace dos
días, es un nuevo beso, ahora también de paz que finalmente los inunda.
La historia de ese “beso de la
libertad” dice así:
María llegó temprano al
aeropuerto. Alfonso había partido un mes atrás, la primera y única vez que
salió del país. Viajó con otros dirigentes sindicales a un congreso al otro
lado del mundo. Una sola ocasión se comunicaron por teléfono, para confirmar
día, hora y número del vuelo de regreso.
Ya todos los demás pasajeros
salieron de los controles de migración y aduana. Esperó con tensa calma otra
hora, pero un mal presentimiento se había clavado en su estómago.
Entrada la noche, en la oficina
de la empresa aérea le informaron que su marido había llegado, pero fue
abordado por un grupo de agentes policiales vestidos de civil, que retiraron
también el equipaje.
María volvió desesperada a casa,
al fin pudo desatar su llanto con las hijas mayores. Los más pequeños,
aterrados.
Al día siguiente los hijos no
fueron al colegio. Con la mayor, Tamara, fueron a recorrer hospitales, cárceles,
incluso la morgue de la policía. Ninguna respuesta obtuvieron.
Varios días repitieron
diligencias, sin resultado. En ese periplo, conoció María a otras valientes mujeres,
con las mismas angustias. Juntas recorrieron lugares impensados. En los
cuarteles recibieron portazos en la cara y groserías de los envalentonados
militares. Sus superiores habían tomado el poder, por asalto, pocos días antes.
Usaron pañuelos en sus cabezas,
como más tarde lo harían las Madres de Plaza de Mayo. Se hicieron expertas en
visitar radioemisoras, en elaborar carteles, en organizar mítines frente al palacio
de gobierno y en multiplicar los panes para los hijos. Ellas casi no comían.
A los siete días comenzó a
conocerse el destino de algunos desaparecidos. De otros, nunca se supo. Alfonso
fue llevado al pabellón de presos políticos junto a dirigentes estudiantiles y sindicales.
Pero continuaron incomunicados. Recién al mes, barbados, pudieron recibir
visitas.
María tuvo que repartir sus críos
al cuidado de familiares, únicamente quedaron las dos mayores y la tierna de un
año de edad. Aprendieron a hacer artesanías y a venderlas, superando la vergüenza.
El sueldo de obrero estatal de Alfonso, el único sustento seguro, fue
suspendido, por el delito de ser sindicalista; ello sólo fue revertido cuando
los abogados de una universidad demostraron lo arbitrario de las detenciones.
Varias veces se iluminaron los
ojos de María cuando algún rumor llegaba, dejaba todo y corría hasta la puerta
del penal. Pero siempre fueron falsas alarmas.
Cuando se aprestaba la familia
mutilada a pasar una triste navidad, llegó la noticia del indulto de la junta
militar. Corrieron con Tamara, una vez más.
Cuál fue su sorpresa al descubrir
un verdadero tumulto de abrazos y júbilo, que no impidió uno que otro ¡abajo la
dictadura!
El encuentro entre María y
Alfonso ocurrió como en cámara lenta. Un acogedor calor dio vueltas en el
estómago de ella y subió lentamente al pecho, garganta y mejillas. Un aura
multicolor los enredó e incluyó la sonrisa con hoyuelo de Alfonso. Creyó
desmayar María cuando se fusionaron en aquel beso, largamente esperado. Tamara
apretó sus cinturas.
29 de diciembre de 2021
Gracias por compartir tan bello recuerdo. Es un honor y un privilegio haber tenido esos padres. Para agradecer eternamente.
ResponderEliminarGracias Patricia y Adriana, hermanas solidarias, argentinas pero ciudadanas del mundo.
ResponderEliminarFelicitaciones por plasmar el recuerdo de tus padres como protagonistas de una hermosa historia de dolor y amor que refleja la lucha contra la injusticia y el abuso de poder.
ResponderEliminarFelicitaciones Hugo por trasladar al papel virtual esa hermosa pero dolorosa experiencia. Tu has seguido con dignidad las huellas de tus padres.
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